"Ejercítate con particular esmero, hija mía queridísima, en la dulzura y en la sumisión a la voluntad de Dios, no sólo en las cosas

extraordinarias sino también en aquéllas pequeñas que nos suceden cada día. Hazlo no sólo por la mañana sino también durante el día y por la tarde, con un espíritu tranquilo y alegre; y, si te sucediese que caes, humíllate, propóntelo de nuevo, y después levántate y sigue" (Epist.III, p.704).