Te pido cordialmente que no pierdas el tiempo pensando en el pasado. Si estuvo bien empleado, demos gloria a Dios; si mal, detestémoslo y

confiemos en la bondad del Padre celestial. Más aún, te exhorto a tranquilizar tu corazón con el pensamiento consolador de que tu vida, en aquella parte no bien vivida, ya ha sido perdonada por nuestro dulcísimo Dios.

Aleja de tu corazón con todas tus fuerzas las turbaciones e inquietudes, pues de otro modo todas tus prácticas de piedad resultarán poco o nada fructuosas. Convenzámonos de que, si nuestro espíritu está turbado, son más frecuentes y directos los asaltos del enemigo, que suele aprovecharse de nuestra natural debilidad para conseguir sus objetivos.

Estemos muy alerta en este punto, de no poca importancia para nosotros. En cuanto nos demos cuenta de que estamos cayendo en el desánimo, reavivemos nuestra fe y abandonémonos en los brazos del divino Padre, siempre pronto para acogernos si recurrimos a Él con sinceridad.

(9 de febrero de 1916, al P. Basilio da Mirabello Sannitico, Ep. IV, 191)