Estate atenta para no perder de vista la presencia divina a causa de las actividades que realices. No emprendas nunca tarea alguna u otra acción cualquiera sin

haber elevado antes la mente a Dios, dirigiéndole a Él, con santa intención, las acciones que vas a realizar. Harás lo mismo con la acción de gracias al término de todas tus actividades, examinándote si todo lo has realizado siguiendo la recta intención deseada al principio; y, si te encuentras manchada, pide humildemente perdón al Señor, con la firme resolución
de corregir los errores.

No debes desanimarte ni entristecerte si tus acciones no te salen con la perfección que buscaba tu intención; ¡qué quieres! Somos frágiles, somos tierra, y no todo terreno produce los mismos frutos según la intención del sembrador.

Pero, ante nuestras miserias, humillémonos siempre, reconociendo que no somos nada sin la ayuda divina.

(17 de diciembre de 1914, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 273)